16/8/07

Diario de un cartero voluble

Primera parte
Emociones en estado bruto

LLevo dos semanas trabajando en Correos. Soy cartero. Me levanto a las 5.45 de la mañana. En media hora, me ducho, me visto y tomo un zumo de naranja. Camino unos diez minutos hasta la línea azul. Metro de Collblanc. Dirección Horta. A las seis de la mañana nadie da los buenos días a nadie. La gente se mira con desconfianza y también con sueño e indiferencia. Principio de normalidad. Los inmigrantes son mayoría. Casi todos son trabajadores. Supongo que van a trabajar a obras, restaurantes, a casas de burgueses o algún otro comercio.
Hago trasbordo en Verdaguer y tomo la línea amarilla en dirección a La Pau. Me bajo en Jaume I. Ya han dado las siete. Entro en un bar que está justo al lado del edificio de Correos. Pido un café con leche y me enciendo un cigarrillo. El camarero es inexpresivo. Tiene una calva poderosa y a penas se detiene a mirarte. Junto a él hay un joven camarero sudamericano, tímido a las observaciones del camarero calvo, probablemente el dueño.
En la barra, indefectiblemente, siempre hay un tipo que bebe cerveza y empalma los cigarrillos, y otro tipo, también alcohólico, muy viejo y con barbas de ermitaño oriental que bebe coñac como un cosaco. Normalmente también hay algunos maderos que se incorporan a la rutina. Intentan ser simpáticos con la gente del bar y se gastan bromas unos a otros, sin conocer el abismo existente entre la manifestación y la inmanencia.
Poco a poco el bar se va llenando de gente. Pago mi café y subo a la tercera planta del edificio. Tomo el ascensor y saludo al guardia de seguridad, un tipo simpático. Le pregunto qué lee y me enseña la portada de un libro, (El mito de la felicidad, Gustavo Bueno, 2005) como si no se atreviese a decirlo en voz alta. Me explica la división que hay en torno a este pensador y su materialismo filosófico; un sabio ilustrado, bueno, un hombre de estos que se atreve con las verdades absolutas y deshecha ese mundo perceptivo que abraza la duda real de lo cotidiano. ¿Conocerá a la frutera del barrio este tal Bueno? ¿Cómo encajar su teoría política sobre la izquierda si unos son eutáxicos y sensatos y otros somos distáxicos o estúpidos?.
Le digo al guardia de seguridad que voy a escribir un libro para ver si puedo salvarme de estos madrugones. Se ríe y me explica que hoy día todo el mundo puede escribir un libro. Días antes me había explicado, también fugazmente, en su papel de falso relativista, que todo depende, y yo me reía y le explicaba, como si estuviéramos jugando en una pista de choque, que hay conceptos, ideas, actitudes y demás mierda abstracta que lleva mucho tiempo existiendo en nuestra sociedad. Otro mito, otro rito.
Abro la puerta de la tercera planta. Justo antes de llegar al mostrador, una mujer de unos cuarenta y cinco años con ojos de sapo y pelo rizado, me mira convencida de que soy un cínico educado. La mañana anterior, a la salida de la boca de metro, excitado porque llegaba veinte minutos tarde a la oficina, le había preguntado si a los funcionarios como ella se les permitía llegar media hora tarde.
Recorro el área de trabajo del distrito 3 sin saludar a nadie. Busco el parte de firmas y un bolígrafo, cuando levanto la mirada del folio, el jefe ya ha clavado su mirada vidriosa sobre mí. Habla muy flojito, muy metido en su papel de tipo correcto que no quiere problemas y quiere jubilarse con setenta años como muy tarde. Hay obras en el metro , le digo desesperado.
Me dirijo a mi sitio de trabajo, 7-0214, vacío mis bolsillos en el cajón y me pongo a tirar cartas.

No hay comentarios: