No estaba preparado para afrontar esa fantasía del lenguaje. Reducía la literatura a una forma de contar la realidad. Poco más. Conocía mis límites y me realizaba ingenuamente echándome encima los detritus de la sociedad, asumiendo a la perfección el papel de revolcador de mierda que tanto repite Pedro Juan Gutiérrez en su Trilogía Sucia de la Habana. Sin embargo, ese día, distinto a cualquier otro, una extraña percepción cruzó mi nivel de conciencia mientras leía en la biblioteca Miquel Llongueras, en el cruce de Riera Blanca con Les Corts.
Al principio pensé que era un ronquido y despúes, erróneamente, que un gato callejero maullaba en la terraza del edificio. Deduje lo absurda que era la segunda posibilidad y busqué entre las mesas que miraban al exterior de la luz ese sonido raro y familiar. Nada. Me alcé, miré a un lado y a otro cuidándome de que nadie me viera para que no me tomaran por un paranoico o un detective sin pistas. En cualquier caso, no tenía ninguna foto, ningún rasgo concreto, sólo escuchaba un sonido que rompía mágicamente la quietud de los libros. La gente seguía concentrada en sus asuntos. Pensé forzosamente en el personaje de Kafka que se tira por la ventana de un edificio y no puede ver como la ciudad nerviosa sigue su curso cotidiano sin inmutarse. Miré de nuevo a los lados, atrás, me cogí el pulso y nada. Todo seguía normal, demasiado normal. No pude resistirme más y cruzé la sala hasta llegar a la mesa de una blibliotecaria joven y normal.
- Oiga, ¿Escucha usted lo mismo que yo?
- ¿A qué te refieres?
- Sí, bueno, esa especie de sonido entrecortado que se oye en la sala.
- Es una chica que está cantando- me aclaró la blibliotecaria. Y además hoy le hemos dado permiso porque es su cumpleaños.
- ¿Cómo? ¿Y quién es esa chica? -Le dije sorprendido.
- Está justo enfrente tuya. Tiene los cascos puestos. ¿Te molesta? ¿Estás estudiando?
- Oh no... no... Sólo necesitaba oir que ese sonido era real. Llevo varios días soñando con sirenas y es lo más parecido a su forma de cantar. Eso no lo he leído en ninguna parte y nadie podrá arrebatármelo. ¿No crees?
La blibliotecaria me miró fijamente y volvió a clavar los ojos en la pantalla del ordenador. No le gustó la metáfora o tal vez no quiso interpretar la calidad de mis sueños.
Volví a la butaca donde comenzó todo y de nada sirvió abrir el libro. Espiaba a la chica desde mi sitio. Desde la butaca podía verla con dificultad. En primer plano quedaban montones de libros y al fondo una serie de discos desertores del orden natural de las cosas.
Me levanté y me fijé en sus labios. No los movía. La voz completamente exagerada y gutural. El canto ahogado de las sirenas. La magia de los otros, pensé para consolarme al tiempo que una de las bibliotecarias nos avisaba del cierre de la sala poniendo el tema "Hallucitanions" de Bud Powell.
Después la ví venir hacía mí. Arrastraba los pies y me puse más nervioso todavía. En ningún momento sentí pena por la chica de la canción ahogada. Algunos pensarán en este relato como una actitud de dominación encubierta. Nada más lejos de un abismo mágico.