14/6/08

Mano de santo

Fotografía de Óliver Ojeda

Empecé a robar carteras a los 12 años. Aprendí el oficio en la calle. Fue mi hermana mi mejor escuela y la única que pasados los años puede vivir de este difícil arte. Pertenecía a una respetada familia de delincuentes con una imagen social más propia de oficinistas que de ladrones de la calle. A decir verdad, no se me puede considerar una persona de moral intachable, pero en su defecto diré que cuando la presa está cerca solo queda el botín, por muy insignificante y miserable que sea. A fin de cuentas, lo útil o verdaderamente excitante es salir intacto del riesgo.

Me llamo José Márquez Ríos. Ese nombre solo figura en mis documentos oficiales, porque todo el mundo me conoce como Pepe Rus. Se puede decir que Pepe es una forma cercana y simpática de llamar a alguien que sabe perfectamente que nada es lo que parece.
La gente piensa que el carterista actúa principalmente en zonas muy concurridas. Primer desacierto. El carterista se mueve mucho mejor en los lugares donde la gente no está apelotonada, prefiere sitios en los que la víctima no está en un estado permanente de alerta. Por ejemplo en las tiendas, donde anda distraída mirando percheros y suele estar más relajada al comprobar que el establecimiento está custodiado por un guardia de seguridad. En esos segundos la víctima se olvida del mundo y hay que aprovechar ese estado de éxtasis para abrirle el bolso con un gesto preciso e invisible.
Las mujeres a menudo llevan el bolso en el brazo derecho. De tal manera que tienen dos planos, uno frontal que les indica la dirección y otro picado en el que solo ven sus pies y el ritmo de sus pasos. El bolso no está al alcance de su vista, así que hay que aproximarse, abrir la cremallera y con dos dedos extraer el monedero con un movimiento vertical y endiablado.
Suelo robarle la cartera a un ejecutivo en el metro, con eso de que no prestan atención a su cintura. Lo difícil es abrirle el bolsillo de la americana. Después viene la obligación. Ya se sabe, un choque deliberado más un saludo en forma de disculpa.
Me encuentro muy agusto en los supermercados. Esa sensación de robarle la cartera a alguien y encontrarlo apuradísimo en la cola, justo cuando la cajera dice en voz alta la cifra de la cuenta. He salido de la cárcel y sigo en esto. No sé hacer otra cosa. No puedo dejarlo. No formo parte de una banda violenta, ni siquiera sé lo que es pelearme con alguien. Soy lo que llaman un carterista sin faca. Tiempo atrás fui un reconocido activista del oficio, era algo más que una forma de ganarme la vida. Creía en la libertad como medio de acción, en las zonas autónomas. Me revelaba contra el consenso y acaso los que quieren decidir nuestro futuro, prescindiendo de las viejas costumbres, categóricos en derechos y obligaciones. Será que no aprietan las leyes de la calle. Hoy, he vuelto a robar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muito bem pedro..... continua que eu gosto de ler o que escreves......
um braço..