8/4/08

La puta y las palomas






Estaba sentado en un banco. Leía algunos poemas de Bolaño y sus perros románticos. Hacía tiempo antes de ir a una radio para una entrevista. El sol minaba los colores de la plaza mientras algunas palomas ensayaban posturas imposibles. Miré hacia el árbol donde se congregaban las palomas. Unos segundos después una masa diminuta de mierda se acoplaba en mis pantalones negros. Joder, maldito espíritu santo, grité desesperado. Nadie me oyó. Sentí rabia y al mismo tiempo envidié la falsa libertad de las palomas de la plaza de Goya.

Me cambié de banco y dejé que el sol me picara de lleno. Justo entonces pensé en los versos que acababa de leer:

"Caminaste como un mono infatigable entre los dioses
pues sabías -o tal vez no- que el Triunfo desplegaba
sus armas bajo la caverna de Platón: imágenes,
sombras sin sustancia, soberanía del vacío. Tú querías
alcanzar el árbol y el pájaro, los restos
de una pobre fiesta al aire libre, la tierra yerma
regada con sangre, el escenario del crimen donde pacen
las estatuas de los fotógrafos y de los policías, y la pugnaz
vida
a la intemperie. ¡Ah, la pugnaz vida a la intemperie!


Cuando terminé de leer el poema, una mujer de unos cuarenta años se sentaba en el banco de al lado.
Enseguida deduje que era una prostituta. Me miraba con atrevimiento y desgana. Seguí inmerso en la lectura de estos poemas narrativos, coloquiales e irreverentes.
Dejé de leer. Me apetecía hablar con alguien. Dije algo impreciso sobre las palomas. La prostituta se rio. Apuntó que había un lorito en el grupo que disputaba la comida a las palomas. Pude oir su voz, quebrada y marginal. Después me preguntó qué leía. Le pasé el libro. Lo observó y me lo devolvió al instante. Me explicó que una vez mandó un poema en prosa a un concurso y le respondieron diciéndole que para verlo publicado tendría que comprar el libro. Me impresionó su comentario. También su delgadez de cristal, esa ingenuidad sin escamas, el cigarro incombustible y su mirada libertina.
Llevo diez años haciendo la calle, me dijo sin que le preguntara nada. Evité hablar de ello y seguí haciendo comentarios triviales y necesarios. Incluso hice un chiste. Miré el reloj. Le di un chicle de menta y me despedí. Cuidate, le dije. Igualmente, me respondió. Un ligero escalofrío me pinchó los nervios, una paloma bailaba torpemente en el suelo.


5 comentarios:

Maria Coca dijo...

Esa paloma que baila hace como tú: expresa mucho más de lo que parece. Tu relato resulta sencillo, fácil de leer pero tras las letras se esconden todas las sensaciones que los protagonistas no se dijeron. Y sin embargo pensaban. Todo lo no escrito es lo que hace de éste escrito algo especial.

Besos desde mi orilla.

ojosverdesfritos dijo...

...ah!la pugnaz vida!

me encantó verte ese ratito hermano

te quiero!!

tournesols dijo...

Yo soy puta y poeta.

Iris dijo...

Gracias por tu visita. No vi hasta ayer el comentario. Me gusta encontrar gente que comparte mis gustos literarios. Volveré por este rincón tuyo tan interesante.
un beso

tomatita dijo...

Hermoso relato...un cerco al corazón.

Un cálido saludo